“También tienen fecha de partida
las lágrimas que intento desterrar”
(Elena Peralta)
Nos dice Manuel Martínez Carrasco en su excelente prólogo
que la Literatura es una práctica de escritura y es suma de saberes que hace
posible un diálogo con su tiempo. La mirada del autor, nos dice el prologuista,
y el diálogo interior, ofrecen un nuevo ritmo al pensamiento. Pensamiento y
mirada componen un sueño que sólo la lectura posterior empapará de significado.
Los movimientos que nos impulsan el escribir están
saturados de la atmósfera del sueño y nos dejan la sensación de ser viajeros
que, al volver, solo pueden contar lo vivido a través de una niebla o una
metáfora. Solo la lectura completa lo que mirada y pensamiento han iniciado en
ese mundo de ensueños.
Así pues, nos dice, Martínez Carrasco, considérese el
lector de esta antología como intérprete de las visiones de cada uno de sus
autores, como testigo posterior de su diálogo interno y como receptor de ese
raudal que, siguiendo una ley física de mínimo esfuerzo, fluye con la lectura
dando significado a lo que el sueño no pudo pronunciar.
Una antología en la que hay autores solidarios, autores de
reconocido prestigio y autores que, sin ese prestigio, ponen su talento a
disposición de una causa solidaria sin más ánimo que el de lucrarse de la
sonrisa de la Coordinadora del proyecto, Elena Peralta y el orgullo de saber
que merece la pena apostar por la cultura como contexto en el que el compromiso
social del escritor con su tiempo, se manifieste en la posibilidad de mejorar,
aunque sea por un instante, las condiciones de vida de una sola persona.
“Ramón Acín, Fernando Aínsa, Giovanni Albertocchi, Rebeca
Barrón, Edmundo Bolaños, Chiqui, Manuel Español, Ricardo Fernández Esteban,
Ángeles Fernangómez, José Luis Gracia Mosteo, Enrique Gracia Trinidad, José
Guadalajara, Ángel Guinda, Aicha E. Iglesias, Elena Muñoz, Alejandro Romera,
Anna Rossell, Lucía Santamaría, Nájara, Soledad Serrano, Felipe Sérvulo, Luis
Ricardo Suárez, Santiago Tena, José Verón Gormaz, Miguel Ángel Yusta, Pilar
Aguaron y yo mismo” hemos entregado nuestros relatos con la ilusión de saber
que escribir es mucho más que garabatear letras en renglones más o menos
coherentes, si no que se trata de crear, compartir, unir, fortalecer, lazos y
sueños.
Podremos disfrutar en nuestra lectura de la respuesta a la
pregunta de Gracia Mosteo sobre si hay un bálsamo en Galaad; o conocer a esa
vieja pipera a la que no le cabía una arruga más, recordar a Lady Godiva,
descubrir a Marcelo el trompetista, podremos resolver el dilema de aquella caja
rectangular con una ventana delante, con números y líneas y dibujos impresos a
un lado; nos adentraremos en Villa Dª Julita; leeremos la carta desesperada de
Emilia Gauna intentando contactar con la mujer que ama y de la respuesta de
Augusto Rosselló desde el departamento de Vigilancia y Seguridad; aprenderemos
a distinguir entre El Coloso de Rodas y El Coloso de Ruedas; nos dirán que
nuestro camino empieza esta mañana matando las esperanzas que nos robaron un
ayer; daremos la vuelta al mundo, literalmente, terremoto incluido; apostaremos por el sueño antes que por la
verdad, mientras nos recreamos para sobrevivirnos; nos propondrán pensar si
hablamos de amor, a pesar de que es muy difícil contar algo del amor que ya no
sepamos; recordaremos a la inolvidable María, de sonrisa triste, lejana y
sepia; compartiremos la soledad de un hombre que comparte telarañas con la
rutina; jugaremos con los placeres, las brisas, la sabiduría, el soplo,
mientras nos cuentan la historia de los besos; montaremos en ese ascensor que
funciona a monedas y necesita de cien liras para llegar al final del trayecto;
mataremos el tiempo metiéndonos el sol en el bolsillo, sabiendo, que, a
nosotros, los mañicos, “p’al pilar nos sale lo mejor”; nos llenaremos de
angustia cuando nos pregunten cuantos muertos conocemos o en ese instante en el
que intentaremos saber si hay algún lugar en algún sitio e incluso
descubriremos la Identidad de ser quien queremos ser mientras seguimos teniendo
sueños con sabor a libertad; o, para acabar, atenderemos encantados a esa
conferencia de la que nada recordaremos porque hemos sentido esa caricia
furtiva que sube lentamente por nuestras piernas hacia el confín en el que la
realidad y los sueños se confunden.
En definitiva, queridos amigos, una maravillosa colección
de emociones en forma de relatos que, acompañan, como no podía ser de otra
forma, a ese Laberinto de la dicha, de José Verón Gormaz, en el que
comprobaremos la eficacia o no de tener ese afán por la felicidad, esa
felicidad que, quizá, no hay que buscar, si no sentir y disfrutar porque la
tenemos al alcance de nuestras manos.
Una felicidad que, en esta ocasión, se mimetiza con la
solidaridad para, a través de la lectura hacer partícipe al lector de la magia
de vivir y convivir, de compartir, de, en definitiva, convertir nuestras
soledades individuales en soledades colectivas que tamizan las penas con el
calor de las sonrisas.