jueves, 19 de mayo de 2011

ALIMENTANDO MI EGO



Ayer 18 de mayo a las 7'30 de la tarde en el Centro cultural "Blanquerna" C/ Alcala 44 se presento mi poemario "Els Xaragalls del Silenci" " Las Cárcavas del silencio".





Fue un acto recogido breve e intenso, donde la amistad brillo por todos sus rincones. Como ponente estuvo a mi lado: Juan Ignacio Ruiz-Huerta, Asesor Responsable del Área de Sanidad y Politica Social del Defensor del Pueblo. Leyeron mis poemas en castellano: El rapsoda Eloy y la poeta Ángeles Fernangomez. Y nos acompañó con su guitarra, la cantautora Estela Bernal, que musicó dos de mis poemas.
Les doy las gracias a todos ellos y a los amigos que allí estuvieron, dándome ese calor humano que tanto se agradece en momentos como este.

PRESENTACIÓN

Cuando la conocí, hace ya algunos lustros, Elena trabajaba aún en la oficina del Defensor del Pueblo, y a cualquier observador, no suficientemente atento, le hubiera podido parecer una funcionaria ejemplar: modales exquisitos, uniforme impoluto, una sonrisa siempre acogedora y la mirada atenta a la pantalla de su ordenador… Pero, al aproximarte a ella –un privilegio al alcance de no muchos- podías darte cuenta de que tenía un aire de levedad incompatible con la pesadez de los expedientes de trámite.

Elena entraba en los despachos de puntillas. Como si la materia la hubiera liberado de su peso. Rozando apenas los objetos. Y dejaba encima de mi mesa algún papel envuelto en su sonrisa. Una sonrisa capaz de transformar todas las cosas, como el polvo dorado que dejaba campanilla.

Recuerdo un maravilloso texto de Bernard Shaw, titulado in the beguinning. En el que el autor narra un diálogo entre Adán, Eva y las fieras del Paraíso. De pronto, la serpiente, que por entonces simbolizaba la sabiduría, irrumpe en la conversación y dice a nuestros primeros padres:
“Vosotros observáis la naturaleza y os preguntáis ¿porqué? Pero yo sueño con la utopía y me pregunto ¿por qué no?”

¿Es posible hacer de este mundo un lugar más habitable y bello? Creo que es ésta una pregunta que subyace en toda la obra literaria de Elena Peralta. Porque su poesía, como ella afirma, viene a ser una forma de deshilacharse la vida para hacerla un poco más llevadera.

Elena ha descubierto que la poesía está en todas partes: en el sufrimiento, en la soledad, en la tierra, en el mar… Para ella hay poesía en esta mesa, en este papel, en el ruido de los coches, en el asfalto de la calzada, en cada movimiento de cualquier persona al otro lado de la calle.

La poesía no es sino admiración, perplejidad, asombro de existir. Y esa capacidad de asombro la tiene Elena Peralta como algo natural; como la de una persona que hubiera caído del cielo y se diera cuenta, atónita, de su propia caída. Hace versos de forma tan plenamente natural, como la naturaleza hace los árboles o la primavera las flores.

Me dí cuenta de ello, hace ya muchos años, cuando dejó sobre mi mesa, otra vez de puntillas, su primer cuaderno de versos. Era una obra todavía incipiente, casi ingenua. Pero evidenciaba ya esa cualidad poética capaz de observar la belleza de las cosas y dibujar lo imperceptible, lo minúsculo que define el alma poética del universo.

El libro que hoy nos presenta, “Las Cárcavas del Silencio”, es un texto de madurez, en el que están esculpidos todos los surcos del dolor y la esperanza. Quiere ofrecernos su obra porque, como afirma en uno de sus versos, “ahora corresponde no ignorarse… abrirse al tic, tac, de la vida. Eso es lo que nos corresponde, compartir mi sonrisa y tu cometa”.
Pero para escribir esta obra de plenitud es indispensable haber hecho una larga travesía por el desierto. Afirmaba María Zambrano que “escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde el aislamiento; pero desde un aislamiento comunicable”.Y hasta que Elena no asume ese aislamiento, hasta que no afronta el hueco de su existencia, no reconoce su verdadera condición de escritora. Sólo consigue llegar a ser lo que es, siendo escritora. Entonces se le revela su verdadero lugar, su verdadero espacio: la escritura, en cuyo centro resplandece la palabra.

A veces tengo la impresión de que una epidemia atroz azota a la Humanidad en la facultad que más caracteriza a las personas: el uso de la palabra. Hay una peste de lenguaje que se manifiesta como una pérdida continua de la fuerza creadora de la palabra, como un automatismo que tiende a diluir los significados, a limar los signos expresivos, a confundir los términos, a apagar cualquier chispa que brote del encuentro de la palabra con nuestras emociones.

No me interesa aquí preguntarme cuáles son los orígenes de esa epidemia. Lo que me importa son las posibilidades de salud. Y creo que la poesía, y quizás sólo la poesía, pueda crear anticuerpos que contrarresten la peste del lenguaje. La literatura es el antídoto de esa peste; la poesía es la tierra prometida, en donde el lenguaje llega a ser lo que realmente debería ser.

Y en eso consiste precisamente el acierto de la obra de Elena. En que maneja cada palabra con precisión y siempre con excelentes resultados. Escribe por necesidad, porque nació para eso: como vuela un pájaro, como nada el pez, como crece la hierba. Está en su naturaleza.

Ha consolidado un estilo que le es propio, sobrio, escueto. Casi aforistico, en algunos momentos. En su pluma, la narración transcurre con elegancia, sin recovecos literarios, sin reflexiones que abunden en lo que pertenece al ámbito de las impresiones del lector. Me atrevería hablar de un estilo minimalista cuya belleza depende de la sencillez de los elementos que la componen.

Y más allá de la forma, resulta necesario adentrarse en el contenido. Cuando un escritor, o escritora, comienza a escribir y a publicar, una vez alcanzada la plena madurez, surge espontáneamente la pregunta: ¿por qué ahora y no antes? Probablemente en ese instante cabría responder “porque antes estaba ocupada viviendo” Ese vivir representa el tiempo necesario para experimentar, para sufrir, para gozar, para acumular vivencias, emociones e ir construyendo un mundo que albergue el arte de la belleza poética.

Con esta perspectiva, Elena va escogiendo sus temas. Rescata uno tras otro, como quien recoge pequeñas flores, los recuerdos, los miedos de la noche, la necesidad de romper los muros del silencio, los sueños, los surcos del dolor y del amor, la cercanía de la muerte. Recuerdos que la hacen exclamar definitivamente que podría morir si no los tuviese.

Hay poetas que no pueden hacer otra cosa: sólo escribir. Escriben por puro placer, porque gozan y se renuevan con cada palabra. Creo que Elena Peralta pertenece a este escogido grupo.

Pero será mejor dejarme ya de explicaciones, no vaya a ser que acabe componiendo imágenes probablemente equivocas. Cualquier interpretación empobrece el poema y lo ahoga. Ante un poema no hay que andar con rodeos; hay que dejar que se deposite suavemente en el corazón del lector, porque la mejor lección que podemos extraer de una poesía reside en la literalidad de la obra y no en lo que añadimos nosotros desde fuera.

Por eso, y antes de caer en la necedad de añadir reflexiones inútiles a las espléndidas cárcavas del silencio de Elena, mi modesto bolígrafo y yo preferimos hacer mutis por el foro…
Juan Ignacio Ruiz-huerta

http://www.flickr.com/photos/ccblanquerna/sets/72157626631529731/